ESPAÑA DURANTE EL SIGLO XIX. LOS LÍMITES DE LA REVOLUCIÓN BURGUESA.

En su artículo para el New York Daily Tribune del 9 de septiembre de 1854 Marx se preguntaba: ¿Cómo podemos explicar que precisamente en el país donde la monarquía absoluta se desarrolló en su forma más acusada, en comparación con todos los otros Estados feudales, la centralización jamás haya conseguido arraigar? Y apuntaba a una causa. Desde el establecimiento de la monarquía absoluta, las ciudades han vegetado en un estado de continua decadencia… A medida que la vida comercial e industrial de las ciudades declinó, los intercambios internos se hicieron más raros, la interrelación entre los habitantes de diferentes provincias menos frecuente, los medios de comunicación fueron descuidados y las grandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, la vida local de España, la independencia de sus provincias y de sus municipios, la diversidad de su configuración social… se afianzaron… Como ya señaló Trotsky en su La revolución española y la táctica de los comunistas la institución monárquica se convirtió, por tanto, en …doblemente indispensable a las clases dominantes desunidas y descentralizadas, incapaces de dirigir el país en su propio nombre. Y esa monarquía, que reflejaba la debilidad de todo el Estado, era… suficientemente fuerte para imponer su voluntad al país. Así es como se fue configurando la comunidad de intereses entre la Monarquía, los grandes propietarios -aristocracia e Iglesia Católica- el ejército y su oficialidad, y la incipiente burguesía, acentuada tras el periodo revolucionario que desembocó en la frustrada la Iª República, y que se prolongará hasta la proclamación de la IIª República el 14 de abril de 1931.

Por tanto, llegado el del siglo XIX -el tiempo de las revoluciones burguesas en Europa-, en España no se pudo constituir la nación, porque la burguesía española, que se fue desarrollando en las zonas periféricas catalana y vasca, no había podido ni querido fijarse como objetivo la conquista del poder político y, por esto mismo, no tuvo el mayor interés en resolver las tareas democráticas propias de su lucha contra el Antiguo Régimen. En particular la que tiene que ver con las nacionalidades. Efectivamente, el particularismo local y regional y las fuerzas centrífugas inherente a éste, fueron un aliciente para el desarrollo de los sentimientos nacionales, en particular el catalán. Sin embargo, las fracciones “nacionales” de la burguesía española nunca tuvieron ni la disposición ni la voluntad de ir más allá del chantaje político al gobierno central porque, desde muy temprano, no se pusieron a la cabeza de la revolución democrático-burguesa, al contrario, se conformaron con ser parte del decadente y podrido edificio absolutista español.

INDUSTRIALIZACIÓN, CAPITALISMO Y MOVIMIENTO OBRERO. 

El impulso del capitalismo europeo que se produce tras el derrocamiento, en diferentes fases y ritmos, de la sociedad del Antiguo Régimen en parte de Europa, se irradió hacia la España de los Borbones pese a las limitaciones de una estructura socioeconómica basada en la propiedad de la tierra. A la falta crónica de inversiones autóctonas en la incipiente producción industrial hubo que sumar la escasez de capital para el desarrollo de una agricultura más o menos moderna. El fracaso en todos los órdenes de las desamortizaciones de 1836-1837, 1841 y 1854-1856 son el mejor ejemplo de ello. En lugar de suponer un impulso al desarrollo capitalista en todos los órdenes, devinieron políticamente en un afianzamiento de lo más reaccionario del régimen monárquico. Esto no quiere decir que no se extendieran paulatinamente sus relaciones de producción hasta convertirse en dominantes, si bien el impulso de éstas se debió en la mayor parte de los casos a los capitales extranjeros, cuyos móviles, por cierto, estaban muy lejos de querer constituir un mercado nacional unificado en España.

Por ello, el proceso industrializador español fue lento, deficiente y muy desigual. La producción textil, localizada desde inicios del siglo XIX en Cataluña, solo llegará a una relativa madurez a partir del último cuarto de ese siglo, al incorporársele el sector siderometalúrgico. Por su parte, desde 1830 comienza a expandirse la siderurgia en el norte de España sobre todo en Asturias y País Vasco, espoleada por la construcción de la red ferroviaria -que se encontraba en manos del capital foráneo- y la explotación de los recursos mineros.

Va a ser a partir de inicios del siglo XX, y en especial en el periodo de la Primera Guerra Mundial -el Reino de España se mantuvo neutral en la contienda- cuando la industria alcanzó uno de sus puntos álgidos -y con ella los beneficios empresariales-, siempre muy concentrada en Cataluña y la costa cantábrica. A ello se unieron una fuerte migración del campo hacia estas zonas y la creciente urbanización de ciudades y espacios asociados a la actividad industrial. Pese a ello, hacia 1931, el 45% de la población activa seguía siendo rural, sobre todo en el sur, donde un millar de terratenientes, aristócratas y burgueses, tenían más de medio millón de jornaleros pagados con salarios de hambre. Con todo, y a pesar de la existencia de una burguesía industrial y bancaria a esas alturas relativamente concentrada, el conjunto del edificio económico social y político seguía en manos de la oligarquía del Antiguo Régimen, si bien la reducida pequeña burguesía afincada en las grandes ciudades, sobre todo Madrid y Barcelona, tendió a sacudirse el yugo del régimen monárquico asociándose sobre todo con las organizaciones reformistas, intento de cambio político, pero en ningún caso social.

La cuna organizativa de los trabajadores industriales en el Estado español había sido Barcelona ya en el primer tercio del siglo XIX y estuvo ligada al sector textil. A lo largo de ese siglo fue cristalizando el movimiento obrero de corte anarquista en Cataluña. En Asturias y el País Vasco la potencia y concentración de minas y fundiciones no dieron lugar, sin embargo, a una corriente organizada y consistente del proletariado hasta la Primera Guerra mundial. Para 1930 los obreros de la industria suponían más del 27% de la población activa, el más alto del siglo XX, y su importancia numérica y organizativa iba a cobrar definitivamente protagonismo con el advenimiento de la IIª República. De esta forma los trabajadores del Estado español ya contaban para ese momento con dos sindicatos con una larga tradición y muy implantados tanto en la industria como en el campo, La CNT anarcosindicalista y la UGT socialista. A ello se sumaba el PSOE, el gran partido de la IIª Internacional en España, y otros tantos grupos comunistas como el PCE o la Oposición Comunista Española.

LA PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA. EL 14 DE ABRIL DE 1931 Y EL BIENIO REFORMISTA. 

El 17 de agosto de 1930, con la dictadura de Primo de Rivera agonizando, se firmó el Pacto de San Sebastián entre algunos representantes del PSOE y todo un abanico de personalidades republicanas, portavoces de la pequeña burguesía, incluido el arco nacionalista catalán, vasco y gallego, con el objetivo de poner en marcha un levantamiento contra la dictadura que estableciera la República. El éxito de éste, cimentado en la movilización de las masas, devino en la proclamación de la República el 14 de abril. El sueño del socialismo español de acabar con el Antiguo Régimen económico, político y social aliándose en este caso con las fracciones de la pequeña burguesía urbana, que en apariencia compartía sus mismos objetivos, parecía haberse cumplido. Era el momento de resolver las tareas de la revolución democrático-burguesa pendiente: la reforma agraria, la cuestión nacional, la separación de la Iglesia y el Estado, la educación laica y la elaboración de una Constitución donde se sancionaran los derechos fundamentales de libertad, asociación y expresión.

Sin embargo, una cosa eran los tratos con la pequeña burguesía urbana y otra muy distinta, que la burguesía española tuviera interés alguno en participar en este proceso. Como se ha señalado más arriba, ésta ya había ligado su suerte a la de la oligarquía de la “Vieja España”. E iba a defender sus privilegios junto con la aristocracia, la Iglesia Católica y el ejército, oponiéndose a cualquier reforma. Por otro lado, la proclamación de la República había espoleado las esperanzas de las masas trabajadoras porque ésta se asociaba con la satisfacción de sus reivindicaciones. Así, la limitada obra legislativa del gobierno republicano-socialista salido de la Constituyente de ese año se topó de bruces con la oposición abierta de las derechas, por un lado, y con la movilización creciente de los trabajadores, reprimida por unos y otros. El hecho de que la Ley de Reforma Agraria, modificada en repetidas ocasiones, saliera adelante en septiembre de 1932, refleja las dificultades del gobierno republicano-socialista a uno y otro lado. Al final no satisfizo ni a los terratenientes ni a los jornaleros, cuya legítima frustración los llevó a la ocupación de tierras y consecuentemente al enfrentamiento con las fuerzas represoras de la propia República, con la colaboración en bastantes casos de los patronos.

En solo dos años y medio gran parte de las ilusiones de las masas obreras y campesinas habían desaparecido. En La situación política española y la misión de los comunistas la OCE afirmaba que Han sido prácticamente anulados los derechos de asociación, reunión y propaganda; la prensa obrera revolucionaria ha sido víctima de persecuciones brutales; el régimen de las detenciones gubernativas sigue en vigor como en tiempos de la Monarquía; se ha anulado el derecho de huelga; la Guardia Civil ametralla a los trabajadores como en las mejores épocas del régimen caído; y, como coronamiento, el gobierno de la República adopta el sistema de las deportaciones a Guinea, que ni tan siquiera Primo de Rivera se había atrevido a emplear. Lerroux, si toma el poder, poco tendrá que añadir, en lo fundamental, a la política de su antecesor de izquierda.

Todo el potencial reformista de la República no solo se había evaporado sino que además había servido para fortalecer y envalentonar a la reacción, que intentó en la persona del general Sanjurjo un primer golpe de estado el 10 de agosto de 1932, preparado a la vista de todo el mundo, en el momento en el que las Cortes Constituyentes discutían sobre la cuestión agraria y el Estatuto de Cataluña. No es de extrañar que para los explotados y desheredados de España la República viniera a ser cada vez más sinónimo de inmovilismo vestido con ropajes pseudodemocráticos. Y esta perspectiva fue permeabilizando sobre todo al PSOE.


1933-1934. REACCIÓN Y REVOLUCIÓN. 

Tras el golpe de Sanjurjo, al que se indultó con posterioridad, la aprobación de un Estatuto muy limitado para Cataluña y de la Ley de Reforma Agraria, que establecía grandes indemnizaciones a los latifundistas y un ritmo de concesión de tierras a los campesinos… ¡de 100 años!, la conflictividad social se disparó. A la huelga insurreccional de enero de 1933 convocada por la CNT-FAI cuyo punto álgido fue el baño de sangre de Casas Viejas, se sumó el ascenso irrefrenable de las huelgas -a las que se incorporó por primera vez la UGT-, que solo en 1933 supusieron 14,4 millones de jornadas perdidas, un 400% más respecto a 1932. Todo ello en un contexto internacional marcado por las consecuencias de la Gran Depresión de 1929, la toma del poder en Alemania por el nazismo y el golpe de Dollfuss en Austria.

En efecto, Hitler se convierte en canciller del Reich a fines de enero sin que el movimiento obrero alemán haya opuesto resistencia, ya que tanto las direcciones de los socialdemócratas, que confiaban ciegamente en que las instituciones de la República de Weimar frenarían en seco a los nazis, como del Partido Comunista Alemán, embarcado en ese momento en la línea del Tercer Periodo, decidieron no presentar un frente común contra el ascenso del nacionalsocialismo. En solo unos meses ambos partidos fueron puestos fuera de la ley y casi suprimidos tras una furibunda represión. Por su parte, el canciller Dollfuss encabezó un alzamiento en febrero de 1934 que acabó con la república austríaca tras una semana de lucha feroz contra la Schutzbund socialista.

Las consecuencias de esta derrota fueron enormes. La clase obrera española en su movimiento por imponer sus reivindicaciones, acentuó la tendencia a la unidad de sus filas, que poco meses después va a tomar forma en las Alianzas Obreras; parte de la dirección del principal partido que decía representar los intereses de los trabajadores, el PSOE, se fue radicalizando, como también otras tantas organizaciones de las izquierdas; y se hizo evidente que las derechas, que se agruparon tras la CEDA, planeaban imponer un régimen de tipo fascista aprovechando las instituciones de la República.

En septiembre de 1933, Alcalá Zamora, Presidente de la República, destituyó a Azaña y encargó la formación de un nuevo gobierno a Lerroux, que exigió la salida de los tres ministros socialistas y convocó elecciones para noviembre, que dieron la victoria a la CEDA, iniciándose un bienio negro marcado por la contraofensiva empresarial, la restauración de los privilegios de terratenientes e Iglesia Católica y el combate cerrado contra la clase obrera y los pueblos.

El triunfo de la CEDA y el anuncio de poner en práctica su ideario corporativista, así como el fracaso obvio de la política de reformas del bienio republicano-socialista y el desarrollo exponencial de la conflictividad social, sobre todo en el campo, llevó a la izquierda del PSOE, cuyo dirigente era Largo Caballero, el más reconocido entre la clase obrera, a orientar al partido hacia la unidad de acción de los trabajadores y sus organizaciones contra el fascismo, lo cual fue una ruptura abierta con la política tradicional del reformismo. A su vez, ello ponía sobre la mesa, al menos de palabra, la necesidad de la revolución social precisamente para llevar a buen término esta lucha y la misma política de reformas.

Sin embargo, la idea del Frente Único obrero ya había sido desarrollada por la Internacional Comunista en su III Congreso Mundial, por la O.I.I. y su sección española la OCE, el B.O.C., que se había posicionado totalmente en contra de la táctica de Frente Único por la Base, e incluso por organizaciones de corte anarquista. Todos los acontecimientos señalados más arriba hicieron que esta concepción dejara de ser mera propaganda y se convirtiera en una realidad práctica. El 9 de diciembre de 1933 se constituyó la Alianza Obrera de Cataluña, sin la CNT, concebida como un organismo de Frente Único con vocación estatal, su orientación implicaba la ruptura con la política de colaboración de clases de sus firmantes. En marzo se hizo lo propio en Asturias, donde va a tener un papel único y central en el futuro próximo, y a partir de mayo se fue extendiendo a Madrid, Valencia y otras provincias. Sin embargo, nunca consiguió implantarse en todo el estado porque el PSOE lo impidió, producto de su incapacidad para romper con su naturaleza reformista.

De enero a octubre de 1934 el número de huelgas económicas, políticas y campesinas será el más alto de la historia, cuantitativa y cualitativamente. Mientras tanto la burguesía financiera y terrateniente se había sumado a la CEDA, al tiempo que se conforma un bloque patronal. La Falange Española, creada en 1933, y las J.O.N.S., se unifican el 4 de marzo de 1934.

La reacción se coliga, presiona al Gobierno para acabar con las moderadas reformas del periodo precedente, y se enfrenta en todas partes a los trabajadores. El líder de la CEDA, Gil Robles, anuncia que a fines de verano exigirá entrar en el gobierno, cuyo programa no publicado ya se conoce desde de septiembre. A fines de ese mes aumentan los rumores de un golpe de estado. El mismo jefe del fascismo español, José Antonio Primo de Rivera, que se ha dado perfecta cuenta del potencial revolucionario que se puede desencadenar en los próximos días escribió al General Franco el 24 de septiembre de 1934 Mi general: Tal vez estos momentos que empleo en escribirle sean la última oportunidad de comunicación que nos quede… Ya conoce usted lo que se prepara: no un alzamiento tumultuario, callejero, de esos que la Guardia Civil holgadamente reprimía, sino un golpe de técnica perfecta, con arreglo a la escuela de Trotsky, y quién sabe si dirigido por Trotsky mismo (hay no pocos motivos para suponerlo en España). El 4 de octubre el Gobierno Lerroux otorga tres ministerios a la CEDA, nada menos que los de Trabajo, Agricultura y Justicia y solo algunas horas después es decretada la ley marcial.

5 DE OCTUBRE DE 1934. MADRID, CATALUÑA, PAÍS VASCO… 

El 4 de octubre, ante hechos ya consumados, la dirección de la UGT preavisó al Gobierno de la convocatoria de una Huelga General en Madrid, plazo que aprovechó el mismo para iniciar una campaña de detenciones masivas de dirigentes obreros. A pesar de ello, la huelga se extendió a numerosas ciudades y poblaciones. Para el conjunto de la clase obrera fue la señal de la insurrección, no así para la dirección del PSOE allí donde este partido y la UGT controlaban las Alianzas Obreras en exclusiva. En estos casos su existencia fue solo formal y servía a su política conciliadora. Huelga general pacífica sí, pero en ningún caso insurreccional.

En Madrid la huelga del 5 de octubre fue la más larga en toda la existencia de la República -el Comité de Huelga caería solo el 8-. La ciudad pasó a estar controlada por algunas milicias del PSOE. Sin embargo, nunca rebasó los límites impuestos por su dirección, la de Largo Caballero, experto en utilizar la fraseología revolucionaria para encubrir su completa claudicación a la tradicional orientación reformista. Fue, sin duda, la huelga pacífica más exitosa, pero en la que todo el socialismo organizado no llegó a dirigir en la práctica en ningún momento ninguna acción, a pesar de contar con el apoyo decidido de la clase obrera y alguna guarnición del ejército. La detención de Largo Caballero el 14 marcó el final del movimiento.

El 5 de octubre estalló la Huelga General en Cataluña a iniciativa exclusiva de la Alianza Obrera, en la que no figuraba la CNT, y que no controlaba el PSOE-UGT. Ésta se extendió y triunfó en algunas localidades cuando los comités locales de la Alianza ocuparon sus ayuntamientos y proclamaron, por ejemplo, la República Socialista Comunista Ibérica en Vilanova i Geltrú y el día 6 la República Catalana en Barcelona. Pero fió su suerte a la colaboración con el gobierno de la Generalitat, al que exigió armas en lugar de tomarlas, capitulando de esta forma ante la pequeña burguesía catalana. En cuestión de horas se desencadenó la represión gubernamental y el movimiento se fue diluyendo hasta desaparecer el día 9.

En Bilbao fue decretada la Huelga General, y llegó a adquirir un carácter netamente insurreccional en las poblaciones industriales de los alrededores, donde fue exitosa. Se formaron columnas de obreros para dirigirse a Bilbao y apoyar la revolución, pero los dirigentes socialistas impidieron su despliegue con la excusa de que lo tenían todo bajo control. La reacción del gobierno fue inmediata y el Octubre Vasco fue contenido, primero y aplastado en última instancia.

…Y LA COMUNA ASTURIANA. 

En Asturias, la UGT y la CNT habían firmado el Pacto por el que se constituía la Alianza Obrera Revolucionaria en marzo de 1934, para trabajar conjuntamente en … conseguir el triunfo de la revolución social en España… A él se sumarían la Federación Socialista Asturiana-PSOE, el Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista de España, antigua OCE. El PCE no sólo rechazó participar en ella sino que la denunció como una traición hasta pocas horas antes del inicio de la insurrección, si bien, contradictoriamente, ya en septiembre se había decidido por participar. La confluencia sindical, la amplitud del arco político de clase que se adhiere a este organismo, en una de las regiones de Europa con mayor conflictividad laboral, con una clase obrera industrial muy concentrada y que tiene una larga tradición organizativa, otorgaron a la huelga general del 4 de octubre un carácter revolucionario e insurreccional. En los próximos días se alzaron en armas 30.000 combatientes, hombres y mujeres, muchos sin afiliación sindical o partidaria, que se pondrán a las órdenes de los nuevos órganos de poder proletario.

En la madrugada del 5 de octubre comenzó la revolución en Mieres al grito de UHP, ¡Unión Hermanos Proletarios! Numerosos grupos de combatientes obreros pertrechados con armas caseras y, sobre todo, dinamita, se pusieron en marcha en una acción conjunta que tenía por objetivo la toma de los cuarteles de la Guardia Civil y de Asalto. El ayuntamiento cayó a las ocho y media y Manuel Grossi Mier, Vicepresidente del Comité Regional de la Alianza Obrera, proclamó desde su balcón la República Socialista. Mieres se conviertió en un primer momento en centro de la insurrección y cuartel general del “ejército rojo”. En esos mismos instantes se libraban combates en los acuartelamientos de toda la cuenca minera. A lo largo de las próximas horas y días se fueron constituyendo Comités Revolucionarios en todas las poblaciones donde había triunfado la insurrección y abolido la propiedad privada y la moneda, en algunos casos de forma inmediata.

En la madrugada del día 6 las milicias revolucionarias empezaron a dirigirse a la capital de la región, Oviedo, cuyo ayuntamiento cayó en la tarde de ese día, no así la cuidad, en donde se desarrollaron intensos combates con las fuerzas del gobierno. Algunas fábricas de armas pasaron a manos de los revolucionarios, las cuales a partir del día 7 van a proporcionar armamento en condiciones insuficientes para proseguir con ciertas garantías la revolución. Para ese día los Comités Revolucionarios de Mieres y La Felguera decretaron la formación de Comités de Abastos, Transportes, Régimen Interior, etc. Desde el día 8 se concentraron obreros desde todos los rincones de la región asturiana para alistarse en el “ejército rojo”.

El día anterior el gobierno de la República decidió enviar al ejército encomendando el Mando al futuro dictador Franco. Tres columnas empezarían pronto a marchar con el objetivo de converger en Oviedo. Mientras tanto ya se habían producido choques con destacamentos de la Guardia Civil y de Asalto provenientes del sur. La aviación republicana los apoyaba atacando las posiciones de los milicianos. Con el paso de los días se van a ir generalizando los bombardeos. El día 9 las milicias tomaron la Fábrica de Armas de Oviedo, donde no había municiones. El día 10 la lucha se enconó en Gijónfrente a cuyo puerto se situaban buques de la Armada Española, que empezaron a desembarcar tropas bien pertrechadas-, mientras en Avilés la reacción comenzó a emplear todo lo que tenía, como pasquines y periódicos que informaban que la Huelga General había fracasado en toda España. El día 10 estas ciudades son tomadas por las fuerzas gubernamentales y las columnas de Regulares y la Legión -ramas del ejército colonial español formadas por mercenarios de todo tipo- comenzaron a dirigirse hacia Oviedo, utilizando en su avance los métodos de la guerra colonial.

El día 11 el Comité Provincial de la Alianza Obrera con sede en Oviedo ordenó abandonar todas las posiciones que se habían ocupado desde la madrugada del día 5 porque la presión del ejército se hacía insoportable y se tenía conocimiento certero de que la Huelga General había sido controlada o aplastada en el resto de España. Numerosos comités huyeron en desbandada. El 12 entraron a sangre y fuego las tropas en Oviedo. Pero el 13 muchos Comités locales fueron reconstituidos, como el de Sama de Langreo y Mieres, o incluso resistieron como el de Pola de Lena, dirigido por los anarquistas. El reorganizado Comité Provincial lanzó un llamamiento desesperado a todos los trabajadores revolucionarios para hacer frente a las tropas gubernamentales que se acercaban desde todos los frentes. Desde el 14 de octubre se intensificó la lucha a las afueras de Oviedo. La aviación del ejército lanzaba ataque tras ataque. A Mieres iban afluyendo sin cesar milicianos y milicianas que retrocedían por falta de munición -mientras otros combatían como podían- y familias enteras que huían de la represión ejercida por el ejército. A partir del 15, el Comité Provincial comenzó a considerar que la única opción era la rendición, al tiempo que para evitar el colapso del frente sur se hizo un esfuerzo para impedir el avance de las tropas enviadas por el gobierno de la República. El auxilio para volver a recuperar la fábrica de armas de Trubia, en las inmediaciones de Oviedo, fracasó. A esas alturas la fábrica de dinamita de La Manjoya se encontraba ya en poder del ejército. El 19, tras haber negociado con el general López Ochoa y aceptado de parte y parte las condiciones de la rendición el día anterior, el último Comité Local cedió publicando un Manifiesto en el que se afirmaba Esta retirada nuestra, camaradas, la consideramos honrosa por inevitable… Es un alto en el camino, un paréntesis… Nosotros, camaradas, os recordamos esta frase histórica: “Al proletariado se le puede derrotar pero jamás vencer”

La represión gubernamental que se abatió sobre los obreros y sus familias ya había comenzado con el avance de las tropas, pero solo alcanzaron su cénit en los días y semanas siguientes al 19 de octubre. Ejecuciones sobre el terreno, fusilamientos sin juicio, desapariciones forzadas, detenciones masivas, torturas, violaciones, incluso castraciones. Solo en las cuencas mineras de Asturias se detuvo a cerca de 25.000 personas de las cuales un tercio ingresaron en prisión. En el conjunto del estado miles de trabajadores muertos o heridos, en torno a 40.000 encarcelados, ayuntamientos como los de Madrid, Barcelona y Valencia, suspendidos.


ALGUNAS CONCLUSIONES. 

Octubre del 1934 demostró la disposición y valentía del proletariado español para acabar con el Capitalismo, en su combate contra el auge del Fascismo. Ese arrojo costó miles de vidas, persecución, encarcelamientos y sufrimientos inenarrables.

Para ello cerró filas en torno a sus organizaciones e impuso -o intentó imponer- la unidad de acción, probando en los hechos que el Frente Único es la herramienta específica y natural, defensiva y ofensiva, más eficaz en la lucha por las reivindicaciones. Y este movimiento, que cristalizó en la constitución de las Alianzas Obreras, ha sido en gran parte único del Estado español.

Sin embargo, llegado el momento de la revolución, necesitó de un partido revolucionario y fue eso lo que faltó, pese a que en las principales organizaciones se operó un proceso diferenciador en sus direcciones que, por diferentes vías, convergían en ese punto.

De forma, hasta cierto punto paradójica, esa tendencia se esfumó en cuestión de meses, producto de la derrota, la represión republicana consecuencia de aquella, la negativa de muchos trotskistas españoles de influir en el PSOE y, en especial, las Juventudes Socialistas, y al giro hacia los frentes populares del VII Congreso de la Internacional Comunista, que se iba a convertir en polo de atracción de corrientes oportunistas y contrarrevolucionarias de todo tipo. Como señaló Dimitrov en su Informe al Congreso de la IC Las masas trabajadores tienen que elegir concretamente, por el momento, no entre la dictadura del proletariado y la democracia burguesa, sino entre la democracia burguesa y el fascismo.

Lucio

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